martes, 8 de enero de 2013

Ruán, el sueño normando


(Publicado en el periódico universitario Aula Sur, en la sección de viajes Abril, 2010)

Nos adentramos en una de las ciudades con más historia de toda Francia. Capital de Normandía, cuna de leyendas medievales y postales de cuento, Ruán atesora un encanto eterno que fascina a todo el que la visita

Vikingos y romanos combatieron por ella. Los ingleses también lo hicieron. A Ruán (Rouen) no le quedó otra que ondear la bandera de quien llevase su corona. Es por esto que entre las pintorescas calles ruanesas se respira historia. Pero no es lo único que desprende el ambiente, pues la pintura y la literatura siempre han ido de la mano de esta delicada y silenciosa ciudad. El escritor Gustave Flaubert enmarcaba sus palabras entre el hechizo de las avenidas que le habían visto crecer, a la par que el pintor impresionista Claude Monet narraba sobre el lienzo los rayos que a lo largo del día la hacían brillar.



Sin embargo, no todo es esplendor en su acontecer, pues fue culpable del final de los días de la que hoy, curiosamente, es su patrona: Santa Juana de Arco. Siglos después se convertiría en víctima, pues los incesantes bombardeos de la II Guerra Mundial la harían enmudecer aún más. A pesar de todo esto, Ruán, dividida en dos por el romántico río Sena, ha sabido aunar modernidad y tradición para ofrecer un tesoro histórico-cultural situado entre la baja Normandía, la región de Picardía y la grandilocuente París. Una reliquia para los nostálgicos del pasado que demuestra con creces que el mejor perfume se guarda en dosis pequeñas.

La ciudad de los cien campanarios
El tren es, sin duda, una de las mejores formas de llegar a nuestro destino, pues poco más de una hora le separa de París. Una vez en la estación de la Rive Droite, diríjase a la Oficina de Turismo, antiguo edificio gótico del Bureau de Finances, desde donde el pintor Claude Monet dio vida en 1.890 a su colección “La Catedral”, pintada según las diferentes horas de luz diarias.

Una vez allí sólo es necesario mirar al frente para observar cómo la Catedral de Notre Dame de Rouen nos contempla impasible tras unos muros que a duras penas han soportado el paso del tiempo y sus acontecimientos. Construida en el siglo XII sobre los cimientos de un conjunto románico del XI, se encuentra flanqueada por tres torres: la Tour St-Romain, la Tour de Beurre (Torre de la mantequilla) llamada así porque fue financiada con el dinero que pagaban los fieles a cambio de comer mantequilla durante la Cuaresma, y la Torre de la Linterna, que luce orgullosa en su cúspide una enorme aguja, la más alta de toda Francia, de 151 metros de altura. Su interior, remanso eterno de paz, alberga en el tesoro de la cripta el corazón de Ricardo Corazón de León y las tumbas de los duques de Normandía. Sin duda, un lugar en el que el tiempo se detiene.

Sigamos el fluir de los transeúntes y aproximémonos ahora al Gros-Horloge (Gran Reloj) que, entre pequeños comercios y pastelerías, da nombre a la calle que lo acoge. Situado en el corazón de esta travesía muestra incansable las horas, aunque no los minutos pues carece de una manecilla. Construido en el siglo XIV pero restaurado completamente en 2006, es uno de los símbolos de la ciudad.

Al final de este pasadizo, se encuentra, pintoresca, la Plaza Du Vieux Marché (Plaza del Mercado Viejo), punto de encuentro y de degustación gastronómica por excelencia, debido a que cuenta con varios restaurantes típicos normandos. Paradójicamente es conocida, sobre todo, por ser el lugar donde Juana de Arco pasó sus últimos minutos de vida, pues fue quemada donde hoy justamente yace una gran cruz rodeada de flores. En las inmediaciones se alza en su honor la moderna Iglesia de Ste-Jeanne d´Arc para conmemorar el martirio de la heroína, celebrado en Francia el segundo domingo del mes de Mayo. Una vez en su interior no olvide elevar la mirada hacia el techo pues su estructura, la del casco de un barco invertido, evoca las llamas que quemaron a la “Doncella de Orleáns”, que era como se la conocía.

Tomemos ahora la encantadora calle de Robec y caminemos hasta el edificio gótico civil más importante de Francia, el Palais de Justice (Palacio de Justicia) que, construido a finales de la Edad Media sobre las ruinas de un antiguo barrio judío y reconstruido parcialmente tras la II Guerra Mundial, muestra los impactos de metralla que se ensañaron con la piedra que le da forma.

El Hôtel de Ville (Ayuntamiento), situado en la plaza Charles de Gaulle, se muestra elegante a los pies de la majestuosa Abadía benedictina de St-Ouen, del siglo XIV, que junto con la refinada Iglesia Saint- Mclou y otro centenar como ellas te hace comprender por qué Victor Hugo apodó Ruán como la “Ciudad de los cien campanarios”. No obstante, la visita no acaba aquí pues cuenta, además, con diez museos entre los que destacan el de Bellas Artes, el de Historia Natural, el de Medicina y uno íntegro dedicado a la vida de Juana de Arco. Festivales como el Octobre en Normandie, sobre música y danza, el Cinéma Nordique, sobre el Séptimo Arte, o la Armada, con el que cientos de barcos de época atracan en sus orillas, atraen cada año a miles de espectadores.

Alimentando el alma
Pero si hay algo que los ruaneses saben de verdad es deleitar a los paladares aunque sea haciendo uso de tópicos como el queso Camembert, los platos con manzana, con carne de pato, como el “canard à la Rouennaise” o los productos lácteos de los que deriva una exquisita repostería, en la que el croissant sigue siendo, indiscutiblemente, el rey. Lástima que los precios no acompañen tal manjar, pues si de algo peca esta ciudad es de cara.

No se olvide ni del paraguas, pues la lluvia es un miembro más de la vida normanda, ni de dar las gracias en francés, aunque desconozca el lenguaje. Por lo demás, sea feliz en un lugar al que querrá volver siempre.Un lugar que a mí, me llegó al alma.

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