Se ha demostrado
muchas veces que lo que más vende, lo que más se oye, lo que te taladra la
cabeza con su repetición interminable, no es siempre lo mejor. O quizás sí lo
fuera en un principio, pero al final tanta exposición solar, lo deja un poco
quemado.
Hace unos años que vengo escuchando la voz de la cantante ruso-estadounidense Regina Spektor. Una melodía que no se escucha mucho en la radio, (mucho por no decir nunca), pero que gracias a otros medios, entre los que se encuentra el agraciado largometraje "500 días juntos" llegó a mí hace un tiempo. Tampoco mucho. Lo suficiente para darme cuenta de que esta chica tiene algo
especial, algo que la hace muy original. Algo que le permite brillar de un modo diferente. Y por eso es única. Algo así como un choque
fortuito entre Frida Kahlo, y la prima hermana de Paquita (de la serie
Cuéntame). Entre una estatua romana de un museo abstracto, con la barbilla erguida y la
mirada perdida y una chica de 15 años -por no decir de 32- que se mira en el espejo y mientras suena
la música coge el peine y canta. De manera gloriosa. Con zapatillas de estar
por casa.
Regina parece un ser
delicado, aniñado, acomodado, inocente. Pero no lo es. Esta chica, nacida en
los años 80 en Moscú, en el seno de una familia rusa, de origen judío, tuvo que
emigrar con su familia a Estados Unidos en 1989, tras la caída del Comunismo, por
el antisemitismo del que se rodeaba su entorno. En muchas entrevistas ha
declarado que para sus padres, llegar como refugiados a Norteamérica, dejando
atrás a su familia, sus costumbres, su lengua, no fue de lo más entrañable. Sin embargo, para ella, “fue de lo más divertido y agradable”. Con siete años ya escuchaba a los Beatles, y a Queen, y a pesar de que al marcharse
a Nueva York, con nueve años, tuvo que dejar su piano en casa, la música le hacía tan feliz que decidió ponerse a tocar teclas
imaginarias sobre la repisa de la cocina durante muchos años en su nuevo hogar del
barrio neoyorquino del Bronx, cuya fama turbia, según leí el otro día, ha sido
alimentada por el cine y la televisión. Pero bueno, esa es otra historia.
Regina Spektor
sabe muy bien lo que hace. Y lo demuestra en las letras que escribe para sus canciones -que merecen ser entendidas- y en el piano que toca,
que siempre la acompaña. Melodías, que tan pronto te sacan una sonrisa o te
animan a llorar para siempre. Sus videoclips también me parecen un alarde
simpático de espontaneidad y transversalidad –sin caer gracias a dios, en el
gafapastismo-, con movimientos y gestos que todos hemos hecho en algún momento
de nuestras vidas –cuando no nos veía nadie-, bailando descalzos por los pasillos, sin necesidad de grandes
pretensiones o dramas baratos.
Sea como sea, a
mí esta chica me alegra los viajes en Cercanías - y por tanto la vida-, y me cae bien, porque además de
demostrar un gran talento musical -que no es asunto caprichoso, sino trabajado-, se la ve un ser alegre, sencillo, diferente y apasionado. Esta chica es pura poesía. Y ya está.